Debido a la enorme importancia que las negociaciones entre la Troika, por un lado, y el gobierno griego de Syriza, por el otro, tienen para el futuro de la Eurozona, tema que ha absorbido la mayor atención de los medios de información, se ha olvidado (algunos dirán ocultado) otro hecho de gran importancia que ha ocurrido en las mismas fechas y que tendrá un gran impacto en el futuro de la Eurozona, deteriorando todavía más la democracia y el bienestar social de las poblaciones que viven en esta zona monetaria. Me estoy refiriendo concretamente al documento preparado por cinco presidentes (Jean-Claude Juncker, Presidente de la Comisión Europea; Martin Schulz, Presidente del Parlamento Europeo; Jeroen Dijsselbloem, Presidente del Eurogrupo; Donald Tusk, Presidente del Consejo Europeo; y Mario Draghi, Presidente del Banco Central Europeo) con propuestas sobre cómo avanzar hacia la integración monetaria en esta zona de Europa. Es sorprendente que este documento haya pasado casi desapercibido en los mayores medio de información del país.
Para entender el impacto de sus propuestas hay que tener en cuenta que la sustitución de la moneda de cada país por el euro significó que cada país renunció a tener su propio banco central. Este es el origen del enorme problema de la deuda pública de los Estados, y muy en especial de la de los países periféricos como España, Grecia, Portugal e Irlanda, los llamados PIGS, que se transforman en GIPSI cuando se añade Italia. Una de las funciones de un banco central digno de su nombre es definir el precio de la moneda (por entonces de la peseta en el caso español, por ejemplo), de manera que el Estado pueda bajar su valor cuando quiera hacer sus productos más baratos y más competitivos, estimulando así la economía. Es lo que se llama “devaluación monetaria”.
Ahora bien, el Estado español y los otros Estados no pueden devaluar la moneda (es decir, abaratar su precio y competir mejor con los otros Estados, tanto dentro como fuera de la Eurozona). Los países de la Eurozona tienen, todos ellos, la misma moneda, el euro. Y la única institución que puede variar el precio del euro, devaluándolo, es el Banco Central Europeo (BCE), sobre el cual la influencia de los Estados de la Eurozona es prácticamente inexistente. Pero cuando el BCE baja el precio del euro, ello beneficia a la competitividad de todos los países de la Eurozona en su comercio con países de fuera de ella, pero no con los países de dentro del euro, pues todos ellos están utilizando la misma moneda. Y puesto que la gran mayoría del comercio exterior de estos países se produce dentro de la Eurozona, la bajada del euro no hace más competitiva la economía española respecto, por ejemplo, a la francesa o a la alemana. De ahí que la única solución que los establishments financieros, económicos, políticos y mediáticos consideren para aumentar la competitividad de una economía sea bajar los salarios. Hay que señalar que habría, sin embargo, otras alternativas que ni siquiera se consideran, y que van desde la